martes, 18 de octubre de 2011

Dándoselas de ángel

Lo que les voy a relatar es un suceso único, fantástico e increíble. No les aseguro mi absoluta sanidad mental porque hasta yo mismo cuestiono lo ocurrido. Es fácil juzgar y declarar de inmediato que lo que es mi mente se apoderó de mi cuerpo, causándome una ceguera de la realidad. Pero lo sucedido dejó secuelas fáciles de recordar, no sólo en mi mente, sino que también en la memoria de los presentes (así es, cuando todo ocurrió no estaba solo).
 Era una semana extraña, nada me acomodaba, es más, todo me desagradaba. Quería estar sólo y sin embargo a causa de mi falta de edad suficiente para decidir por mi mismo, tenía que asistir al colegio pese a que alegara mal estar o enfermedad. Por lo general era una persona con pocos amigos, pero relativamente sociable. No tenía problemas con nadie y lidiaba con los desacuerdos tragándome la saliva y respirando hondo. Pero durante la última semana antes del suceso estaba convertido en un monstruo, aunque nadie se diera cuenta. A raíz de mi persistente paciencia era foco de constantes bromas y molestas acciones, nada mas que un juego, decía yo. Pero entonces era distinto, cuando me guardaba lo que llaman rabia, sentía como si tragara ácido espeso y caliente. Enfurecía, quería pelear, romper cosas, machacar rostros, quebrar huesos, golpear carne. Liberarme. Ojo que el que me molestaran constantemente no era la única causa de mi recurrente mal humor. La espalda estaba matándome. Andaba con la cabeza hacia adelante bajo los hombros. Mi aspecto daba la sensación de ser una especie de bestia sedienta de sangre, encorvado, paso lento, brazos pesados y una mirada que te penetraba con ira. Ese mismo día me llevaron al doctor, quien anunció que posiblemente era algún tipo de defecto genético, pues mi abuela tenía joroba desde sus quince años. Me medicaron con paracetamol y anti-inflamatorios, pero nada aliviaba mi agonía.
 Lo único que se me venía a la mente era el deseo de dejar este cuerpo y cambiarlo por otro, uno mejor, uno que estuviera bueno. Una metamorfosis no estaría para nada mal. Para mi fortuna o desgracia, esa transformación estaría cerca. Y no sería espiritual o algo por el estilo, ya saben. 
 Al día 7 contando desde la aparición de mi dolor, algo me sucedió. Desperté con ganas de correr y luchar cuerpo a cuerpo con un oso. Me levanté enérgicamente, pero estaba agotado, así que caminé lento hasta mi cocina. Tenía sed, mucha sed. Me arrojé a la llave del agua y empecé a beber a borbotones el agua que salía de la llave. Luego marché a mi colegio sin decir ni una palabra, pese a que el dolor de espalda se volvía mas agudo a cada instante. El día transcurrió lentamente, pero para cuando era la hora de almorzar yo estaba listo para renacer. Estaba en clases de matemáticas con una fuerte jaqueca, el silencio era sepulcral, así que mis gritos fueron evidentes al instante. Empecé a manifestar mi dolor, era ya insoportable. Me arrojé al piso con violencia y me agarraba los hombros entrecruzando los brazos, apretando con todas mis fuerzas para al menos disipar un poco el dolor, pero nada funcionaba. Sentía un calor que venía desde mis entrañas, como si de mis glándulas brotara aceite hirviendo, cocinando todo bajo la piel. Era tan insoportable que tuve que desnudarme frente a los ojos de mis expectantes compañeros, todos pasmados presenciando el espectáculo, el profesor, atónito, no reaccionaba (como los demás), mientras yo me revolcaba en mi infierno. Pronto sentí que la piel desnuda se rompía en el sector superior de la espalda. Algo estaba emergiendo de mí. El dolor se agudizó y grité desgarrándome la garganta, llegando a hacer retumbar los vidrios. Mientras mi piel se rajaba, veía por el reflejo de la ventana salir unas extremidades cubiertas por una membrana. Pensé que sería otro juego de brazos o piernas, pero me equivoqué. Eran alas. Un par de alas blancas cubiertas de sangre, protegidas por una tela que se deshacía a los minutos de estar en contacto con el aire, sobresalían de lo que era mi espalda, rajada entera. El dolor fue disminuyendo a medida que mis alas iban completando su aparición. Cuando lograron salir del todo, mi piel se fue pegando sola. Los tejidos se regeneraban rápidamente, sin dejar cicatrices. 
 A partir de ahora debo de valerme de testimonios de terceros, pues yo no recuerdo nada, sólo un hambre horrible y haber despertado en una clínica con un par de muñones en la espalda.
Se veía perdido, cuando se alzó, tenía la mirada perdida, ya no tenía ningún tipo de pelo. sus pupilas estaban dilatadas al máximo, se veía inconsciente de su cuerpo. Se puso de pie y puso sus ojos en la manzana que estaba comiendo, avanzó mientras todos petrificados observábamos a Gabriel, me quitó la manzana de las manos y se la zampó de un bocado, y así acabó con toda la comida que estaba a la vista, arrojando por los aires mochilas, loncheras, papeles y sillas. Cuando se vio saciado, levantó al que tenía más cerca con una sola mano, me rodeó el cuello y me alzó del suelo. Empecé a sudar frío, pero aún estaba en shock. Las alas no eran la única cosa que había cambiado en él. Sus músculos se veían mucho mas poderosos, ya no había presencia de la vida sedentaria que llevaba, la grasa se había evaporado y en cambio los músculos aumentaron su tamaño. También estaba mas alto, sus huesos se habían estirado, era terrorífico. Giró la cabeza y me arrojó contra la pizarra, luego, como un sonámbulo camino hacia la puerta. Salió al patio y extendió sus alas, tan blancas que cuando la luz del sol dio en ellas nos encandiló a todos los que le habíamos seguidos desde atrás. Alzó vuelo de forma majestuosa e imponente, pero cuando estaba en los aires, un dardo le llegó, haciéndole caer como un saco de plomo. El hombre dueño del disparo dio una orden a los que estaban mas atrás. Cuando cayó Gabriel, se le abalanzaron, amarrándole con cintas los brazos, piernas y alas. Por lo que supe después le cortaron las alas con una sierra e usaron sus plumas para hacer almohadas  de ángel.

martes, 11 de octubre de 2011

Llamado al deber dos



Obra creada en conjunto con mi compañero y amigo Aldo Anfossi


"Lágrimas corrían por la cara de María Antonieta. Los pétalos de los ciruelos en flor se infiltraban en la estación, inundando el lugar con la sensación de la primavera, muy lejos de su origen, se posaban en las cabelleras, baldosas y en el frío metal  y la madera de los rieles. Sonó el pito de la locomotora, anunciando que era hora de partir. Giré rápida y secamente para ahorrarme sentimentalismos. Ya cuando ejecutaba la rotación, mi concentración me permitió percatarme de la distorsión producida por la velocidad del movimiento, notando cómo en la imagen percibida la materia se deformaba, uniéndose a las partículas aledañas por medio de formas tubulares. Nada fuera de lo común.  Ya instalado en mi respectivo asiento veía agrupaciones de gemelos aquí y allá, todos con diferentes vestimentas pero a la vez la mayoría compartiendo facciones algo cuadradas. Pronto este detalle se vio interrumpido por la creciente sensación de molestia por el llanto humano, no por falta de empatía, sino que  el hecho de ver fluidos corporales me repugnaba copiosamente. De momento dejé de lado aquel pensamiento y decidí encontrarle algún sentido a la sigla que encontré a la entrada de mi vagón: “PS3”. Probablemente era solo una patente, pero mientras divagaba sobre el tema el mundo se volvió negro, mis ojos se cerraron y sólo desperté camino al sector de campaña. Creo que me había desmayado. Sin problema me convencí de esto y formando una fila esperando la entrega de mí uniforme. Cuando me lo entregaron marché a dar  los toques finales de mi alistamiento. Al momento de entregar mis datos finales, el hombre me preguntó cuál era el rol que deseaba cumplir. Mi mente pensaba en ser ingeniero, lo mejor que sabía hacer, estar rodeado de tuercas, metales, herramientas, me ayudaría a evadirme de la penosa situación de la guerra, pero al momento de articular respuesta, impulsivamente dije: Asalto. No sé qué ocurrió en ese momento y pensé que tal vez era mi inconsciente animal guarecido en lo más recóndito de mi esencia, manifestando sus ganas de pelear. Acepté mi destino, resignado, como lo haría el perro en el que me convertiría. Marché nuevamente junto a mis otros cien compañeros, curiosamente similares a los del tren. Me abstraje observando la escena. Debí de haber estado unos quince segundos  contemplando el vació entre cuerpo y cuerpo, capacidad poco reconocida por el público ordinario.
Pasaron tres días para llegar al campo de batalla. No reconocía si estar en el frente me producía un insensato orgullo o un miedo acérrimo a morir, junto a la envidia por los que estaban en la retaguardia. Era un día más fresco que los otros, pese a que el clima fuera igual que siempre. Nos habían dado la misión de capturar la bahía, punto estratégico clave a la hora de desembarcar en tierras enemigas. En el momento en que nuestra lancha encalló corrí hacia una trinchera, como aprendí en el entrenamiento. Mi instinto me decía que debía de cubrirme, pero en vez de eso, salte y me expuse al fuego enemigo. Una fuerza mayor hizo que mi cuerpo corriera haciéndome parecer idiota, disparando a toda cosa. Era una acción puramente involuntaria, algo más allá de mi control motriz, una potencia que se apoderó de mis fibras musculares, pese a que mi cerebro dictase lo contrario. Era desesperante.
En aquel frenesí me topé con un soldado enemigo sin que este se percatara de mi presencia. Pensé que como soldado debía matarlo y cumplir con mi deber, pero me apiadé del pobre diablo y decidí noquearlo. Sin dar cuenta de mis acciones, nuevamente mi cuerpo me desobedeció. Desenvainé mi puñal y lo hundí en su carne, sintiendo la navaja atravesar sus tejidos, permitiendo la dispersión de la sangre por todo el aire, gracias a la brutalidad del impacto. Una sensación de asco con arrepentimiento me invadió abruptamente, estremeciendo todo mi cuerpo. Tenía sangre en mis manos y cuello. Quería arrojarme al piso y llorar, expulsando todo lo que tenía en las tripas, pero aquella fuerza no se apiadó de mí. Tensionó mis músculos y corrí. El terror se apodero de mi alma y sin embargo no se podía infiltrar en mi rostro para modificarlo acorde a la emoción. Seguía serio como siempre. Pensé que iba por uno más y no me equivoqué. Nuevamente acabé con otro, sacando mi ametralladora y disparando como si no hubiera fin.
Las gotas de sangre se apoderaban del espacio aéreo y mi pánico no dejaba de existir. Recordé todo un sistema latente y vivo que quería  preservar, pero mis balas no se detenían ni dejaban de salir por el infernal cañón de mi arma. Todo se había convertido en una voluntad ajena a mí. Pero en un instante sentí que este sufrimiento se acabaría. Después de ver como el cráneo y sesos de un enemigo se dispersaban en el suelo, otro me vio y apuntó, gatillando lo que sería mi liberación.
 Terriblemente, como todo fin, logré internalizar la sensación de la bala penetrando en mi carne, desfigurando lo que quedaba de mi rostro. Los ojos se me cerraron, dejándome en la más pura negrura. Al fin pude descansar. Pero luego de unos segundos sentí mi corporeidad reintegrándose, construyendo mis órganos  y dejándome sin secuelas físicas. Abrí mis ojos y estaba en la playa donde había desembarcado. No fue un sueño, recordaba todo, el desagrado, las náuseas, el sufrimiento y la involuntariedad. La fuerza me impulsaba a caminar y seguir matando, pero un milagro ocurrió.
Sentí mi sistema nervioso reintegrarse a mí, de apoco recuperaba el control. Sentí a alguien maldiciendo tras de mí. Me asusté. Pensé que sería el plomo mordiéndome de nuevo, pero no ocurrió. Así que me di vuelta para volarle el rostro de un culatazo, pero para mi sorpresa, no había soldado detrás, sino que vi a una persona, gorda y grasienta, sentada en un sofá. No comprendí. Pero instintivamente avancé hacia él, dando unos cuantos pasos en la tibia arena. Una invisible barrera me impedía llegar a él, no podía creerlo. Observé bien su expresión, no sabía lo que hacía. Golpeé la barrera y se trisó. Pegó un grito de lo que identifiqué “maldito laaaag”, mientras con desesperación movía una palanca apretando unos botones en lo que parecía un control. La fuerza misteriosa volvía a presentarse, pero antes de que me dominara completamente, destruí la barrera con la culata e mi rifle. Fue ahí cuando comprendí que él era el misterioso marionetero, él, por medio de ese aparato controlaba mi cuerpo y mis acciones, sentí la impotencia, la espesa mezcla de rabia y tristeza, y el terror. La neblina ya no estaba, pero al atravesar lo que quedaba de barrera, mi cuerpo comenzó a desenhebrarse, mi materia se deshacía a cada milisegundo, sentía mi materia desapareciendo, mi existencia cesando, ya no reaparecería como antes, era éste el fin. Nunca estuve vivo."

sábado, 2 de julio de 2011

Encarnando el mal: Los comienzos

Sentado en el parque, Paul pensaba sobre qué escribir. Nunca fue bueno en eso, es más, la sola idea de ejecutar la acción de escribir le provocaba un repudio instantáneo, pero se había dispuesto a hacerlo, únicamente para corroborar y cerciorarse del asco que le causaba tomar un lápiz y posarlo sobre la hoja con el fin de marcar líneas y vueltas para formar una palabra. A causa de su constante indecisión sobre qué hacer su primer escrito, decidió escribir lo primero que se le viniera a la mente: Incrustar.

Al terminar de escribir su última “R”, el rostro se le contrajo, entumeciendo los músculos orbitales y dejando salientes los globos oculares, al mismo tiempo las pupilas se le dilataron de tal manera que pronto de su cráneo resaltaban 2 esferas blancas y venosas, cada una con un círculo negro, sin diferencia de tonalidades entre el iris y la pupila. Instantáneamente la boca se le secó, partiéndole los labios en una sonrisa frívola, cruda y ensangrentada.

Con esta apariencia exterior, Paul empezó a gorgotear mientras por su mente emergían palabras unidas sólo con una sensación en común, la sensación de maldad y crueldad, del goce por el dolor propio y ajeno adjunto a la belleza de la exposición de los más grandes miedos y debilidades humanas y las emociones mas arcaicas, como la ira y fervor de la locura siniestra. Así pronto su alma empezó su descomposición en fragmentos miserables, dejando un espacio vacío en su humanidad. Ahora enciente e inconsciente, sus manos solo ya escribían sin titubear, mientras que el cerebro de Paul dictaba las palabras.

Pronto algo paso, una pequeña gota que le cayó en la nariz, le causó un shock instantáneo en el interior de sus tripas. Todo se descompuso, aquel estado inhumano que le poseía lo abandonó tan rápido que los capilares nasales rompieron y gota a gota su sangre empezó a brotar. Sintió la vaso contracción de sus venas y arterias, provocando un repentino aumento en su presión sanguínea. Luego, la relajación. Su conciencia se apodero nuevamente de sus fibras cerebrales.

Cuando ya volvió en sí Paul miro su cuaderno, lleno de palabras y escritos sanguinarios. Los leyó todos. Cuando terminó de comprender su lectura, palideció, las náuseas surgieron de sus entrañas, junto con una fuerte jaqueca. Expulsando todo su contenido, instantáneamente lo comprendió, Paul había sufrido (y disfrutado) su primer ataque de maldad.

domingo, 29 de mayo de 2011

Muere el poder, uno a uno (editorial)

¿No es, si no, la muerte del Comendador de Calatrava uno de los hechos que nos marcan y enmarcan en la real actualidad? Sin dudarlo se puede afirmar esto, puesto que es un hecho ya comprobado, juzgado y sentenciado. Al no haberse encontrado a un solo individuo culpable, si no que a todo el pueblo, se da muestra de a lo que la determinación y fuerza de un conjunto de personas relacionadas entre sí, ya sea por sangre o por mera cotidianidad, puede llegar a causar, dando como resultado un impacto tanto en ámbitos sociales como políticos.

El pueblo de Fuenteovejuna acusa y usa como razón al asesinato, el abuso cometido por su comendador, el cual se ve reflejado, según testimonios de los pobladores, en castigos injustos, negación a satisfacer los deseos lujuriosos del comendador, reclamando más tributos de los que se le brindaban, etc. En resumen, se afirma que había un abuso de poder concreto y a la vista de todos, sólo que por miedo a las represalias, nadie actuaba.

Pero todo tiene un límite, y al parecer, el comendador lo alcanzó con el pueblo. La indignación por el abuso, y la frustración de no poder hacer mucho contra el poder dieron como fruto la rabia contenida de la gente, arma muy poderosa y difícil de manejar. Como una sola identidad, el pueblo actuó bajo el amparo de su razón y la sed de la ausente justicia, haciéndola con sus propias manos, y así mismo como todos participaron, todos se culparon bajo un mismo nombre, sin pretender el ocultarlo, si no que al contrario, festejando y celebrando el descanso del tirano. Así es como sucede, sucedió y seguirá sucediendo en el transcurso del tiempo y la historia, no faltan los abusadores en cargos altos como no falta la sed de justicia del pueblo. Todos lo declararon y no se duda, no fue uno si no que todos, por ello, Fuenteovejuna lo hizo.

domingo, 24 de abril de 2011

Camino rastrero


Caminando a paso agotado, arrastraba a su pequeño compañero que deambulaba sin conciencia. No podía abandonarlo. Debían de seguir los 2 juntos aunque eso significase el fin de toda la campaña. Por ello, ambos habían decidido unirse para compartir fuerzas mutuas en los momentos de flaqueza, la técnica había funcionado durante la primera década, pero los continuos obstáculos y peleas los habían debilitado demasiado. Ya quedaba poco cuando ambos se desplomaron, la energía se les había acabado y no bastaba para continuar y culminar así su largo camino. Tirado en el piso, el más grande recordó los inicios, fáciles y simples comparado con lo que habían sufrido ambos. A su vez se estremeció al pensar que iban a fallar, quedando tan poco por recorrer. El pequeño, inconsciente por el trayecto, soñaba estar en su utopía, descansando en su hogar luego de haber llegado exhausto a lo que era su esperado destino, el que siguió por años con esmero y afán, resistiendo los peores infortunios, de aquellos inimaginables. Mientras reposaba en su cómodo lecho, bajo la luz y el calor de las velas, junto a una bandeja llena de los mas preciados y suculentos manjares, recordaba como llegaron juntos.
Con su último aliento se levantaron y marcharon a paso unísono y determinado hasta cumplir su meta.
Levantó la vista y vio a su amigo a los ojos y descifró la tranquilidad que éstos reflejaban, mientras le acariciaba su cabeza y le decía: Lo logramos, lo logramos.

domingo, 17 de abril de 2011

Vísperas de pascua, memorias infaltables

Se viene la pascua de resurrección y con ella, recuerdos de ella. Es difícil evitar pensar en ellos, y más cuando se recuerdan tan bien, aunque de vez en cuando me da la impresión de crear recuerdos o "arreglarlos" acorde a los sueños o fantasías infantiles. De lo que se asoma a mi mente en este minuto puedo mencionar la que recuerdo como la mejore de mis pascuas (hasta ahora).
Recuerdo, que fue cuando tenia 5 o 4 años. Recuerdo cuanto nos costaba conciliar el sueño junto a mi hermano, a causa de la emoción que nos provocaba el solo pensar que al momento de estar soñando, el conejo pasaría y dejaría sus preciados huevos, que sólo se podían conseguir en esa época del año. Antes de ir a dormir, le habíamos dejado pasto y unas grandes y naranjas zanahorias como forma de agradecerle la esperada visita y brindarle comida para el camino.
Apenas desperté de inmediato fui a despertar a mi hermano, puesto que teníamos la regla que en cualquier ocasión de esa importancia, debíamos de despertar al otro para ir juntos a abrir los regalos o buscar los huevitos. El punto es que cuando bajamos, lo primero que desvió mi vista fue el pasto esparcido en la bandeja y los trocitos de zanahoria esparcido por doquier. Noté la iluminación del rostro de mi hermano cuando levante la vista y vi en cada rincón }, en cada sillón, un pequeño nido con huevitos de chocolate y de caramelo, vigilados por conejitos de mazapán y sus zanahorias. Y al prender la luz, salieron a la vista 2 huellas blancas gigantes de conejo en la bandeja de metal donde mi papá ponía los vinos. Creo que el conejeo se llevó algo más que las zanahorias.
En fin de las mejores pascuas que recuerdo, aun maravillada por el milagro de las patas blancas, la ventana abierta y la fantasía aun viva.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Encarcelamiento escencial

Debes en cuando decido embarrotar mi mente, encarcelarla para apaciguar lo implacable y ocultar lo olvidado, pero hoy es diferente.
Al proceder con mi rutina inconsciente, algo está raro, quiero algo pero no sé lo que busco exactamente, no quiero comer, no quiero hablar, tampoco charlar sobre el tema. Sólo quiero echarme y dejar que el cansancio se levante solo, marche hacia la puerta y se largue. Pero algo me dice que no debo de reposar, mas bien, algo me impide descansar. Deseo algo, sé lo que quiero, o al menos sabía, quiero algo que me ayude a evadirme, pensé en el trago, en ahogarme conmigo y mi yo por un rato, como cualquiera, pero no me convence. Pensé en volverme al ejercicio eterno, pero no me alcanza.
Sé lo que quiero y lo que quiero es olvidarlo

jueves, 10 de marzo de 2011

ojeras delatoras

Repentinamente despertó con un sobresalto, de nuevo soñaba que caía al vació, sabía que a todo el mundo le pasaba, pero no 6 veces seguidas en una misma noche. Ya ha perdido la cuenta de cuantas noches no ha logrado reposar sin jugarretas ni advertencias de su inconsciente, ojeras profundas se han vuelto su marca y le recuerdan aquello a cada momento, cuando las siente, cuando las ve, cuando se mira al espejo cada mañana, recuerda, lo recuerda todo claramente. Siempre alardeaba de su extraordinaria memoria, pero no sabía que todas las noches, por más que lo intente de olvidar mediante todos los métodos conocidos y otros que había inventado, no podría deshacer el pasado.
Resignado a proseguir con su vida (como siempre), se levantó pese a que aún faltaban horas para ir a trabajar, fue al baño y se vio al espejo para chequear si sus ojeras seguían ahí. Era perfectamente consiente de que no se irían a ningún lado y que serían su estigma hasta el fin de los días, pero aquel día era diferente, se percató de que esta vez estaban más profundas, más oscuras y más presentes, borrando casi al instante todos sus demás rasgos faciales, pero aún así sus ojos, sus ojos delataban su miseria y un leve brillo hablaba sobre su culpa perfectamente consciente.
Ya no sabía que hacer, el suicido había dejado de ser una opción, desde que tomó la decisión de proseguir con su vida. Pedir ayuda de nada le serviría pues nadie era capaz de comprender su extraña situación o bien nadie le creería y lo tacharían de loco, y menos pensar en solucionarlo, simplemente no podía.
Es difícil ser consecuente con el pasado, y aún más aceptarlo sin saber que se está aceptando. Triste realidad es la de aquel que no recuerda nada pero a la vez lo sabe, siendo marcado sin poder olvidarle, el pasado nos hace quienes somos, y sus consecuencia nos siguen forjando tales como personas, pero ¿Cómo seguir aceptándolas sin recordad su causa? ¿Como olvidar que no recuerda lo que tiene que recordar?

martes, 18 de enero de 2011

Como un sueño....

Debe de hacer la fila, me dijo un hombre de dudosa procedencia. ¿Una fila para qué precisamente? Para lanzarse, dijo adelantándome de forma rápida y sencilla. En cuanto alzé mi cabeza los vi a todos, formándose en un borde, mas bien orilla, sobresaliente de la pared rocosa que parecía ser infinita. Decidí formarme, aun sin la certeza necesaria para saber en que me estaba metiendo. Nadie se veía asustado ni triste, al contrario todos conversaban con todos y todos eran amigos de todos, en eso llegué a conocer bien a un par de toda esa multitud. Prefiero (y es que mi me memoria me impide lo contrario) dejarlos simplemente como anónimo 1 y 2. Anónimo 1 (que se encontraba adelante de mi persona) decía tener resuelta la cuestión de la vida, pero debía cerciorarse lanzándose (aún no sé a donde) para corroborar su teoría, en cambio anónimo 2 (atrás de mi) decía que se lanzaba únicamente porque no sabía razón alguna para ejecutar aquella acción. Yo ingenuamente pregunte que adonde y porqué uno se lanzaba, el primero en responder fue anónimo 2, quien dijo que el individuo se lanzaba según el o los motivos que le acosaran. De inmediato anónimo 1 agregó que el que salte puede o no morir, todo depende de donde caiga el cuerpo físico. Asentí intrigada por las palabras pronunciadas por estos 2 personajes. La fila avanzaba rápido y el tiempo parecía detenerse a gusto. Pronto llegó el turno de anónimo 1, quien sin dudarlo se despidió cordialmente, saltó y cayó sobre un árbol, estaba a salvo. Luego, mi turno, no sabía precisamente donde caería, había una piscina vacía y el suelo, nada cómodo si se piensa que se va a aterrizar de golpe y porrazo, pero no lo pensé más y me arrojé al precipicio. Mis instintos actuaron por mí y se aferraron a la tabla con una mano. Y ahí estaba yo, bamboleándome y aún dudando sobre donde caer con precisión. Al ver que la gente se estaba impacientando, me proyecté hacia la piscina vacía y decidí caer allí (aunque lo mas probable es que no sobreviviera). En cuanto me solté sentí exclamar a anónimo 2 que iba a morir, pero segundos antes de impactar contra el suelo, una ola de barro me azotó y disminuyó el impacto considerablemente. En resumen, me había salvado la vida. Luego me vine a enterar que esa "ola de barro" había sido controlada por uno de los tantos espíritus que por allí rondaban, así que me dediqué a buscarlo para lograr agradecerle el que me haya salvado la vida de la ingenuidad.
Luego de buscar esmeradamente, lo encontré como un joven de apariencia tímida (no lo recuerdo muy bien) chapoteando en el barro cerca de un barranco. Al momento de verme se enterró dejando al descubierto únicamente su dedo pulgar. Me senté a esperar que saliera.
Llegó la noche y decidió mostrarse completamente. Le di las gracias, un beso y me marché.