martes, 18 de octubre de 2011

Dándoselas de ángel

Lo que les voy a relatar es un suceso único, fantástico e increíble. No les aseguro mi absoluta sanidad mental porque hasta yo mismo cuestiono lo ocurrido. Es fácil juzgar y declarar de inmediato que lo que es mi mente se apoderó de mi cuerpo, causándome una ceguera de la realidad. Pero lo sucedido dejó secuelas fáciles de recordar, no sólo en mi mente, sino que también en la memoria de los presentes (así es, cuando todo ocurrió no estaba solo).
 Era una semana extraña, nada me acomodaba, es más, todo me desagradaba. Quería estar sólo y sin embargo a causa de mi falta de edad suficiente para decidir por mi mismo, tenía que asistir al colegio pese a que alegara mal estar o enfermedad. Por lo general era una persona con pocos amigos, pero relativamente sociable. No tenía problemas con nadie y lidiaba con los desacuerdos tragándome la saliva y respirando hondo. Pero durante la última semana antes del suceso estaba convertido en un monstruo, aunque nadie se diera cuenta. A raíz de mi persistente paciencia era foco de constantes bromas y molestas acciones, nada mas que un juego, decía yo. Pero entonces era distinto, cuando me guardaba lo que llaman rabia, sentía como si tragara ácido espeso y caliente. Enfurecía, quería pelear, romper cosas, machacar rostros, quebrar huesos, golpear carne. Liberarme. Ojo que el que me molestaran constantemente no era la única causa de mi recurrente mal humor. La espalda estaba matándome. Andaba con la cabeza hacia adelante bajo los hombros. Mi aspecto daba la sensación de ser una especie de bestia sedienta de sangre, encorvado, paso lento, brazos pesados y una mirada que te penetraba con ira. Ese mismo día me llevaron al doctor, quien anunció que posiblemente era algún tipo de defecto genético, pues mi abuela tenía joroba desde sus quince años. Me medicaron con paracetamol y anti-inflamatorios, pero nada aliviaba mi agonía.
 Lo único que se me venía a la mente era el deseo de dejar este cuerpo y cambiarlo por otro, uno mejor, uno que estuviera bueno. Una metamorfosis no estaría para nada mal. Para mi fortuna o desgracia, esa transformación estaría cerca. Y no sería espiritual o algo por el estilo, ya saben. 
 Al día 7 contando desde la aparición de mi dolor, algo me sucedió. Desperté con ganas de correr y luchar cuerpo a cuerpo con un oso. Me levanté enérgicamente, pero estaba agotado, así que caminé lento hasta mi cocina. Tenía sed, mucha sed. Me arrojé a la llave del agua y empecé a beber a borbotones el agua que salía de la llave. Luego marché a mi colegio sin decir ni una palabra, pese a que el dolor de espalda se volvía mas agudo a cada instante. El día transcurrió lentamente, pero para cuando era la hora de almorzar yo estaba listo para renacer. Estaba en clases de matemáticas con una fuerte jaqueca, el silencio era sepulcral, así que mis gritos fueron evidentes al instante. Empecé a manifestar mi dolor, era ya insoportable. Me arrojé al piso con violencia y me agarraba los hombros entrecruzando los brazos, apretando con todas mis fuerzas para al menos disipar un poco el dolor, pero nada funcionaba. Sentía un calor que venía desde mis entrañas, como si de mis glándulas brotara aceite hirviendo, cocinando todo bajo la piel. Era tan insoportable que tuve que desnudarme frente a los ojos de mis expectantes compañeros, todos pasmados presenciando el espectáculo, el profesor, atónito, no reaccionaba (como los demás), mientras yo me revolcaba en mi infierno. Pronto sentí que la piel desnuda se rompía en el sector superior de la espalda. Algo estaba emergiendo de mí. El dolor se agudizó y grité desgarrándome la garganta, llegando a hacer retumbar los vidrios. Mientras mi piel se rajaba, veía por el reflejo de la ventana salir unas extremidades cubiertas por una membrana. Pensé que sería otro juego de brazos o piernas, pero me equivoqué. Eran alas. Un par de alas blancas cubiertas de sangre, protegidas por una tela que se deshacía a los minutos de estar en contacto con el aire, sobresalían de lo que era mi espalda, rajada entera. El dolor fue disminuyendo a medida que mis alas iban completando su aparición. Cuando lograron salir del todo, mi piel se fue pegando sola. Los tejidos se regeneraban rápidamente, sin dejar cicatrices. 
 A partir de ahora debo de valerme de testimonios de terceros, pues yo no recuerdo nada, sólo un hambre horrible y haber despertado en una clínica con un par de muñones en la espalda.
Se veía perdido, cuando se alzó, tenía la mirada perdida, ya no tenía ningún tipo de pelo. sus pupilas estaban dilatadas al máximo, se veía inconsciente de su cuerpo. Se puso de pie y puso sus ojos en la manzana que estaba comiendo, avanzó mientras todos petrificados observábamos a Gabriel, me quitó la manzana de las manos y se la zampó de un bocado, y así acabó con toda la comida que estaba a la vista, arrojando por los aires mochilas, loncheras, papeles y sillas. Cuando se vio saciado, levantó al que tenía más cerca con una sola mano, me rodeó el cuello y me alzó del suelo. Empecé a sudar frío, pero aún estaba en shock. Las alas no eran la única cosa que había cambiado en él. Sus músculos se veían mucho mas poderosos, ya no había presencia de la vida sedentaria que llevaba, la grasa se había evaporado y en cambio los músculos aumentaron su tamaño. También estaba mas alto, sus huesos se habían estirado, era terrorífico. Giró la cabeza y me arrojó contra la pizarra, luego, como un sonámbulo camino hacia la puerta. Salió al patio y extendió sus alas, tan blancas que cuando la luz del sol dio en ellas nos encandiló a todos los que le habíamos seguidos desde atrás. Alzó vuelo de forma majestuosa e imponente, pero cuando estaba en los aires, un dardo le llegó, haciéndole caer como un saco de plomo. El hombre dueño del disparo dio una orden a los que estaban mas atrás. Cuando cayó Gabriel, se le abalanzaron, amarrándole con cintas los brazos, piernas y alas. Por lo que supe después le cortaron las alas con una sierra e usaron sus plumas para hacer almohadas  de ángel.

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