Obra creada en conjunto con mi compañero y amigo Aldo Anfossi
"Lágrimas corrían por la cara de
María Antonieta. Los pétalos de los ciruelos en flor se infiltraban en la
estación, inundando el lugar con la sensación de la primavera, muy lejos de su
origen, se posaban en las cabelleras, baldosas y en el frío metal y la madera de los rieles. Sonó el pito de la
locomotora, anunciando que era hora de partir. Giré rápida y secamente para
ahorrarme sentimentalismos. Ya cuando ejecutaba la rotación, mi concentración
me permitió percatarme de la distorsión producida por la velocidad del
movimiento, notando cómo en la imagen percibida la materia se deformaba,
uniéndose a las partículas aledañas por medio de formas tubulares. Nada fuera
de lo común. Ya instalado en mi
respectivo asiento veía agrupaciones de gemelos aquí y allá, todos con
diferentes vestimentas pero a la vez la mayoría compartiendo facciones algo
cuadradas. Pronto este detalle se vio interrumpido por la creciente sensación
de molestia por el llanto humano, no por falta de empatía, sino que el hecho de ver fluidos corporales me
repugnaba copiosamente. De momento dejé de lado aquel pensamiento y decidí
encontrarle algún sentido a la sigla que encontré a la entrada de mi vagón:
“PS3”. Probablemente era solo una patente, pero mientras divagaba sobre el tema
el mundo se volvió negro, mis ojos se cerraron y sólo desperté camino al sector
de campaña. Creo que me había desmayado. Sin problema me convencí de esto y
formando una fila esperando la entrega de mí uniforme. Cuando me lo entregaron
marché a dar los toques finales de mi
alistamiento. Al momento de entregar mis datos finales, el hombre me preguntó
cuál era el rol que deseaba cumplir. Mi mente pensaba en ser ingeniero, lo
mejor que sabía hacer, estar rodeado de tuercas, metales, herramientas, me
ayudaría a evadirme de la penosa situación de la guerra, pero al momento de
articular respuesta, impulsivamente dije: Asalto. No sé qué ocurrió en ese
momento y pensé que tal vez era mi inconsciente animal guarecido en lo más
recóndito de mi esencia, manifestando sus ganas de pelear. Acepté mi destino,
resignado, como lo haría el perro en el que me convertiría. Marché nuevamente
junto a mis otros cien compañeros, curiosamente similares a los del tren. Me
abstraje observando la escena. Debí de haber estado unos quince segundos contemplando el vació entre cuerpo y cuerpo,
capacidad poco reconocida por el público ordinario.
Pasaron tres días para llegar al
campo de batalla. No reconocía si estar en el frente me producía un insensato
orgullo o un miedo acérrimo a morir, junto a la envidia por los que estaban en
la retaguardia. Era un día más fresco que los otros, pese a que el clima fuera
igual que siempre. Nos habían dado la misión de capturar la bahía, punto
estratégico clave a la hora de desembarcar en tierras enemigas. En el momento
en que nuestra lancha encalló corrí hacia una trinchera, como aprendí en el
entrenamiento. Mi instinto me decía que debía de cubrirme, pero en vez de eso,
salte y me expuse al fuego enemigo. Una fuerza mayor hizo que mi cuerpo
corriera haciéndome parecer idiota, disparando a toda cosa. Era una acción
puramente involuntaria, algo más allá de mi control motriz, una potencia que se
apoderó de mis fibras musculares, pese a que mi cerebro dictase lo contrario.
Era desesperante.
En aquel frenesí me topé con un
soldado enemigo sin que este se percatara de mi presencia. Pensé que como
soldado debía matarlo y cumplir con mi deber, pero me apiadé del pobre diablo y
decidí noquearlo. Sin dar cuenta de mis acciones, nuevamente mi cuerpo me
desobedeció. Desenvainé mi puñal y lo hundí en su carne, sintiendo la navaja
atravesar sus tejidos, permitiendo la dispersión de la sangre por todo el aire,
gracias a la brutalidad del impacto. Una sensación de asco con arrepentimiento
me invadió abruptamente, estremeciendo todo mi cuerpo. Tenía sangre en mis
manos y cuello. Quería arrojarme al piso y llorar, expulsando todo lo que tenía
en las tripas, pero aquella fuerza no se apiadó de mí. Tensionó mis músculos y
corrí. El terror se apodero de mi alma y sin embargo no se podía infiltrar en
mi rostro para modificarlo acorde a la emoción. Seguía serio como siempre.
Pensé que iba por uno más y no me equivoqué. Nuevamente acabé con otro, sacando
mi ametralladora y disparando como si no hubiera fin.
Las gotas de sangre se apoderaban
del espacio aéreo y mi pánico no dejaba de existir. Recordé todo un sistema
latente y vivo que quería preservar,
pero mis balas no se detenían ni dejaban de salir por el infernal cañón de mi
arma. Todo se había convertido en una voluntad ajena a mí. Pero en un instante
sentí que este sufrimiento se acabaría. Después de ver como el cráneo y sesos
de un enemigo se dispersaban en el suelo, otro me vio y apuntó, gatillando lo
que sería mi liberación.
Terriblemente, como todo fin, logré
internalizar la sensación de la bala penetrando en mi carne, desfigurando lo
que quedaba de mi rostro. Los ojos se me cerraron, dejándome en la más pura
negrura. Al fin pude descansar. Pero luego de unos segundos sentí mi
corporeidad reintegrándose, construyendo mis órganos y dejándome sin secuelas físicas. Abrí mis
ojos y estaba en la playa donde había desembarcado. No fue un sueño, recordaba
todo, el desagrado, las náuseas, el sufrimiento y la involuntariedad. La fuerza
me impulsaba a caminar y seguir matando, pero un milagro ocurrió.
Sentí mi sistema nervioso
reintegrarse a mí, de apoco recuperaba el control. Sentí a alguien maldiciendo
tras de mí. Me asusté. Pensé que sería el plomo mordiéndome de nuevo, pero no
ocurrió. Así que me di vuelta para volarle el rostro de un culatazo, pero para
mi sorpresa, no había soldado detrás, sino que vi a una persona, gorda y
grasienta, sentada en un sofá. No comprendí. Pero instintivamente avancé hacia
él, dando unos cuantos pasos en la tibia arena. Una invisible barrera me
impedía llegar a él, no podía creerlo. Observé bien su expresión, no sabía lo
que hacía. Golpeé la barrera y se trisó. Pegó un grito de lo que identifiqué
“maldito laaaag”, mientras con desesperación movía una palanca apretando unos
botones en lo que parecía un control. La fuerza misteriosa volvía a
presentarse, pero antes de que me dominara completamente, destruí la barrera
con la culata e mi rifle. Fue ahí cuando comprendí que él era el misterioso
marionetero, él, por medio de ese aparato controlaba mi cuerpo y mis acciones,
sentí la impotencia, la espesa mezcla de rabia y tristeza, y el terror. La
neblina ya no estaba, pero al atravesar lo que quedaba de barrera, mi cuerpo
comenzó a desenhebrarse, mi materia se deshacía a cada milisegundo, sentía mi
materia desapareciendo, mi existencia cesando, ya no reaparecería como antes,
era éste el fin. Nunca estuve vivo."
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