martes, 11 de octubre de 2011

Llamado al deber dos



Obra creada en conjunto con mi compañero y amigo Aldo Anfossi


"Lágrimas corrían por la cara de María Antonieta. Los pétalos de los ciruelos en flor se infiltraban en la estación, inundando el lugar con la sensación de la primavera, muy lejos de su origen, se posaban en las cabelleras, baldosas y en el frío metal  y la madera de los rieles. Sonó el pito de la locomotora, anunciando que era hora de partir. Giré rápida y secamente para ahorrarme sentimentalismos. Ya cuando ejecutaba la rotación, mi concentración me permitió percatarme de la distorsión producida por la velocidad del movimiento, notando cómo en la imagen percibida la materia se deformaba, uniéndose a las partículas aledañas por medio de formas tubulares. Nada fuera de lo común.  Ya instalado en mi respectivo asiento veía agrupaciones de gemelos aquí y allá, todos con diferentes vestimentas pero a la vez la mayoría compartiendo facciones algo cuadradas. Pronto este detalle se vio interrumpido por la creciente sensación de molestia por el llanto humano, no por falta de empatía, sino que  el hecho de ver fluidos corporales me repugnaba copiosamente. De momento dejé de lado aquel pensamiento y decidí encontrarle algún sentido a la sigla que encontré a la entrada de mi vagón: “PS3”. Probablemente era solo una patente, pero mientras divagaba sobre el tema el mundo se volvió negro, mis ojos se cerraron y sólo desperté camino al sector de campaña. Creo que me había desmayado. Sin problema me convencí de esto y formando una fila esperando la entrega de mí uniforme. Cuando me lo entregaron marché a dar  los toques finales de mi alistamiento. Al momento de entregar mis datos finales, el hombre me preguntó cuál era el rol que deseaba cumplir. Mi mente pensaba en ser ingeniero, lo mejor que sabía hacer, estar rodeado de tuercas, metales, herramientas, me ayudaría a evadirme de la penosa situación de la guerra, pero al momento de articular respuesta, impulsivamente dije: Asalto. No sé qué ocurrió en ese momento y pensé que tal vez era mi inconsciente animal guarecido en lo más recóndito de mi esencia, manifestando sus ganas de pelear. Acepté mi destino, resignado, como lo haría el perro en el que me convertiría. Marché nuevamente junto a mis otros cien compañeros, curiosamente similares a los del tren. Me abstraje observando la escena. Debí de haber estado unos quince segundos  contemplando el vació entre cuerpo y cuerpo, capacidad poco reconocida por el público ordinario.
Pasaron tres días para llegar al campo de batalla. No reconocía si estar en el frente me producía un insensato orgullo o un miedo acérrimo a morir, junto a la envidia por los que estaban en la retaguardia. Era un día más fresco que los otros, pese a que el clima fuera igual que siempre. Nos habían dado la misión de capturar la bahía, punto estratégico clave a la hora de desembarcar en tierras enemigas. En el momento en que nuestra lancha encalló corrí hacia una trinchera, como aprendí en el entrenamiento. Mi instinto me decía que debía de cubrirme, pero en vez de eso, salte y me expuse al fuego enemigo. Una fuerza mayor hizo que mi cuerpo corriera haciéndome parecer idiota, disparando a toda cosa. Era una acción puramente involuntaria, algo más allá de mi control motriz, una potencia que se apoderó de mis fibras musculares, pese a que mi cerebro dictase lo contrario. Era desesperante.
En aquel frenesí me topé con un soldado enemigo sin que este se percatara de mi presencia. Pensé que como soldado debía matarlo y cumplir con mi deber, pero me apiadé del pobre diablo y decidí noquearlo. Sin dar cuenta de mis acciones, nuevamente mi cuerpo me desobedeció. Desenvainé mi puñal y lo hundí en su carne, sintiendo la navaja atravesar sus tejidos, permitiendo la dispersión de la sangre por todo el aire, gracias a la brutalidad del impacto. Una sensación de asco con arrepentimiento me invadió abruptamente, estremeciendo todo mi cuerpo. Tenía sangre en mis manos y cuello. Quería arrojarme al piso y llorar, expulsando todo lo que tenía en las tripas, pero aquella fuerza no se apiadó de mí. Tensionó mis músculos y corrí. El terror se apodero de mi alma y sin embargo no se podía infiltrar en mi rostro para modificarlo acorde a la emoción. Seguía serio como siempre. Pensé que iba por uno más y no me equivoqué. Nuevamente acabé con otro, sacando mi ametralladora y disparando como si no hubiera fin.
Las gotas de sangre se apoderaban del espacio aéreo y mi pánico no dejaba de existir. Recordé todo un sistema latente y vivo que quería  preservar, pero mis balas no se detenían ni dejaban de salir por el infernal cañón de mi arma. Todo se había convertido en una voluntad ajena a mí. Pero en un instante sentí que este sufrimiento se acabaría. Después de ver como el cráneo y sesos de un enemigo se dispersaban en el suelo, otro me vio y apuntó, gatillando lo que sería mi liberación.
 Terriblemente, como todo fin, logré internalizar la sensación de la bala penetrando en mi carne, desfigurando lo que quedaba de mi rostro. Los ojos se me cerraron, dejándome en la más pura negrura. Al fin pude descansar. Pero luego de unos segundos sentí mi corporeidad reintegrándose, construyendo mis órganos  y dejándome sin secuelas físicas. Abrí mis ojos y estaba en la playa donde había desembarcado. No fue un sueño, recordaba todo, el desagrado, las náuseas, el sufrimiento y la involuntariedad. La fuerza me impulsaba a caminar y seguir matando, pero un milagro ocurrió.
Sentí mi sistema nervioso reintegrarse a mí, de apoco recuperaba el control. Sentí a alguien maldiciendo tras de mí. Me asusté. Pensé que sería el plomo mordiéndome de nuevo, pero no ocurrió. Así que me di vuelta para volarle el rostro de un culatazo, pero para mi sorpresa, no había soldado detrás, sino que vi a una persona, gorda y grasienta, sentada en un sofá. No comprendí. Pero instintivamente avancé hacia él, dando unos cuantos pasos en la tibia arena. Una invisible barrera me impedía llegar a él, no podía creerlo. Observé bien su expresión, no sabía lo que hacía. Golpeé la barrera y se trisó. Pegó un grito de lo que identifiqué “maldito laaaag”, mientras con desesperación movía una palanca apretando unos botones en lo que parecía un control. La fuerza misteriosa volvía a presentarse, pero antes de que me dominara completamente, destruí la barrera con la culata e mi rifle. Fue ahí cuando comprendí que él era el misterioso marionetero, él, por medio de ese aparato controlaba mi cuerpo y mis acciones, sentí la impotencia, la espesa mezcla de rabia y tristeza, y el terror. La neblina ya no estaba, pero al atravesar lo que quedaba de barrera, mi cuerpo comenzó a desenhebrarse, mi materia se deshacía a cada milisegundo, sentía mi materia desapareciendo, mi existencia cesando, ya no reaparecería como antes, era éste el fin. Nunca estuve vivo."

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