sábado, 2 de julio de 2011

Encarnando el mal: Los comienzos

Sentado en el parque, Paul pensaba sobre qué escribir. Nunca fue bueno en eso, es más, la sola idea de ejecutar la acción de escribir le provocaba un repudio instantáneo, pero se había dispuesto a hacerlo, únicamente para corroborar y cerciorarse del asco que le causaba tomar un lápiz y posarlo sobre la hoja con el fin de marcar líneas y vueltas para formar una palabra. A causa de su constante indecisión sobre qué hacer su primer escrito, decidió escribir lo primero que se le viniera a la mente: Incrustar.

Al terminar de escribir su última “R”, el rostro se le contrajo, entumeciendo los músculos orbitales y dejando salientes los globos oculares, al mismo tiempo las pupilas se le dilataron de tal manera que pronto de su cráneo resaltaban 2 esferas blancas y venosas, cada una con un círculo negro, sin diferencia de tonalidades entre el iris y la pupila. Instantáneamente la boca se le secó, partiéndole los labios en una sonrisa frívola, cruda y ensangrentada.

Con esta apariencia exterior, Paul empezó a gorgotear mientras por su mente emergían palabras unidas sólo con una sensación en común, la sensación de maldad y crueldad, del goce por el dolor propio y ajeno adjunto a la belleza de la exposición de los más grandes miedos y debilidades humanas y las emociones mas arcaicas, como la ira y fervor de la locura siniestra. Así pronto su alma empezó su descomposición en fragmentos miserables, dejando un espacio vacío en su humanidad. Ahora enciente e inconsciente, sus manos solo ya escribían sin titubear, mientras que el cerebro de Paul dictaba las palabras.

Pronto algo paso, una pequeña gota que le cayó en la nariz, le causó un shock instantáneo en el interior de sus tripas. Todo se descompuso, aquel estado inhumano que le poseía lo abandonó tan rápido que los capilares nasales rompieron y gota a gota su sangre empezó a brotar. Sintió la vaso contracción de sus venas y arterias, provocando un repentino aumento en su presión sanguínea. Luego, la relajación. Su conciencia se apodero nuevamente de sus fibras cerebrales.

Cuando ya volvió en sí Paul miro su cuaderno, lleno de palabras y escritos sanguinarios. Los leyó todos. Cuando terminó de comprender su lectura, palideció, las náuseas surgieron de sus entrañas, junto con una fuerte jaqueca. Expulsando todo su contenido, instantáneamente lo comprendió, Paul había sufrido (y disfrutado) su primer ataque de maldad.